8. Irán: viajando por la Revolución (II)

7 de julio, Mashhad, Irán



Enfilando mi retorno a Teherán, decidí visitar la ciudad de Yazd, que me dió la impresión de ser un enorme hormiguero, ya que en su parte antigua esta integramente construida con muros de barro alisado. Se trata de una gran hoya en la que las altas temperaturas diurnas lo cuecen a uno lentamente. En este lugar era necesario esperar a las horas vespertinas en las que el sol empieza a bajar en el horizionte, fijando su ardiente mirada en tierras más occidentales, con el fin de salir a la calle y disfrutar de su belleza.Aquí es habitual comer carne de camello, pero eso no es relevante en comparación con la historia que guarda orgullosa esta relajada población. Yazd es el centro religioso más importante para los Zoroastras de Irán. La religión zoroastra, o zoroastismo, es la primera religión de la historia que postulaba la existencia de un solo dios. Esto fue dicho así por Zaratustra, hace unos cuatromil años, quien vió en el fuego la representación divina del creador del universo, motivo por el cual los zoroastras se caracterizan por mantener llamas eternas en sus diferentes templos, ante las que rezan sus plegarias. La familiaridad con el fuego de los zoroastras, su capacidad para transformarlo y para hacerlo cotidiano, fue principalmente desarrollada por los clérigos zoroastras, los cuales eran llamados magis, termino del que proviene la palabra "mago". Ademas, el término mago, tal y como lo conocemos en la cultura cristiana, tiene una asociación directa con los magis zoroastras, pues se cree que los Tres Reyes Magos de Oriente eran señores zoroastras provinientes de Irán, concretamente de la ciudad de Kashan.


A pesar de todo, el zoroastrismo es una religión en declive. Tal vez su carácter ancestral y algo misterioso no pudo aguantar el empuje con el que se introdujo el Islam en Irán, una religion mucho más sofisticada y adaptada a la forma de vida de las gentes de Oriente Medio. Hoy no quedan más de cien mil zoroastras en Irán, y si bien no son perseguidos o acosados por las autoridades religiosas iranies, en cierta forma sí están discriminados y bloqueados por las estrictas exigencias de las leyes de la república islámica.

Teherán parecía reirse lascivamente de mí conforme me veía aproximarme a ella. Con la cabeza agachada y cierto cansancio, no tuve más remedio que volver a esta agrupación de despropósitos urbanísticos. Tal vez fuera pura sugestión, pero desde el tren que me devolvió allí ya podía escuchar los bocinazos y ronroneos de los millones de coches y motos que forman los rios de chatarra que fluyen por las ardientes calles teheranas.

Por si fuera poco, mi estancia habría de prolongarse más de lo que había pensado cuando abandoné Teherán para hacer mi recorrido por el centro del país, pues a mi propósito de recoger el visado para Turkmenistán se había unido la difícil misión de solicitar -y obtener- el visado para Pakistán. Esto lo decidí después de haber hablado con un viajero italiano en Yazd, quien me aseguró que si no lo hacía en la capital iraní, ya no tendría casi posibilidades de conseguir el visado para ese país en ningún otro sitio de mi ruta prevista. Aún así, mis posibilidades de conseguirlo aquí eran reducidas, pues las embajadas pakistaníes tienen la costumbre de remitir a los solicitantes de visados a las delegaciones pakistaníes en sus propios paises, es decir, debería haber obtenido el visado para Pakistán en España, cosa que obviamente no hice al no tener la certeza de cuando llegaría allí. Me hallaba en una encrucijada, así que mi principal tarea consistió en buscar la embajada pakistaní en Teherán para salir de dudas. Trabajo duro de nuevo, pero cumplido al fin y al cabo. En la embajada de Pakistán fueron muy reacios a facilitarme las cosas. Me obligaron, antes de poder solicitar el visado, a entregarles una carta de recomendación de la embajada de mi propio país en Irán. Así pues, la primera parte de la misión consistió en ir a la embajada española en Irán y pedirles la dichosa carta, algo que al parecer no les resultaba nada familiar. Pero finalmente, una señora salió de una oficina adjunta a la salita en la que guardaba espera, acompañado de una enorme foto de Don Juan Carlos y Dona Sofía, y me entregó la carta de recomendación. A partir de aquí todo fue más fácil, pero aún tuve que volver al menos tres veces a la embajada de Pakistán antes de obtener el visado, con entrevista ante el embajador incluída.

Con el tema de visados resuelto, por fin pude alejarme de Teheran. Pero, un momento, el que haya leído esto pensará que para mí esta ciudad fue un infierno al que decidí descender de manera voluntaria. Debo de hacerle justicia a la gran urbe persa del siglo XXI y no puedo dejar de reconocer que, en primer lugar, sus gentes son tan amables como en el el resto del país (aunque más expeditivas). Por otro lado, la capital iraní cuenta con una excelente colección de museos, de los que tengo que destacar, por el deleite que me causaron, el Museo Nacional de Joyas, cuya entrada es ya un puro espectaculo, con modernisimos sistemas de seguridad. Todo ello para salvaguardar las posesiones que allí se esconden: una mareante cantidad de joyas infectadas de millones de diamantes a los que era adicta la dinastía Safavida que regía el Imperio Persa desde Isfahán en el siglo XVI.

Otro museo que me ayudó a despegarme de las viscosas calles de Teherán fue el encantador Museo de Cerámica y Cristal, donde en un gran número de ocasiones tuve que achinar mis ojos al máximo para apreciar cada detalle de las delicadas piezas que allí se exhiben. Por otro lado, aquí pude saber que el porrón es un invento persa, por mucho que les pese a los aficionados españoles a la sangría y a la clara de cerveza.



Mucho me costó esfumarme de Teherán. Al engorroso oficio de conseguir visados, había que añadir la circunstancia de que mi siguiente destino era la ciudad santa por excelencia de Irán: Mashhad. Para hacerse una idea de lo que supone viajar a este santuario, se puede presentar un ejemplo meramente logístico. Mientras que para ciudades importantes como Isfahán o Yazd parten únicamente 2 trenes al día desde Teherán, en el caso de Mashhad el número de trenes diarios oscila entre 12 y 15, dependiendo de la temporada. A pesar de esta abundancia de pasajes, conseguir un billete en uno de estos trenes es toda una aventura que se desarrolla en la planta superior de la estación de ferrocarriles de Teherán. La cola que hay que guardar para obtener un número que dé derecho a comprar el billete es de las más largas que he tenido que hacer en mucho tiempo. No menos de tres horas y media permanecí esperando. Y esto ni siquiera me aseguraba un asiento en el tren, ya que después tuve que pelearme con un gran numero de devotos a los que no podía entender ya que ni siquiera sabía que es lo que tenía que hacer para comprar el billete una vez obtenido el número de espera. En estos casos, como ya me ha ocurrido tantas veces, jugar la carta de turista ignorante es lo más provechoso, siempre que se lleve a cabo con amabilidad. Así, hice ver a uno de los empleados que quería pasar porque tenia número, como todos los que estaban a mi alrededor. La habitual disponibilidad de los persas hacía los extranjeros se puso de nuevo de manifiesto y el empleado me coló por todo el medio de una multitud enfurecida y me llevó hasta la ventanilla, donde pude comprar el billete.

Con éste en la mano, y ante la creciente crispación que me rodeaba, tuve que buscar una vía de escape, la cual me fue de nuevo facilitada por el empleado ferrroviario, quien hizo de escudo humano para mí. Al abandonar el lugar me lamenté por la lluvia de protestas que tuvo que soportar el hombre, pero pareció recibirlas estoícamente, casi con orgullo, ante el acto de buena fe ante un extranjero que acababa de realizar. Irán está lleno de gente como él.

Efectivamente, Mashhad es popular. Los musulmanes chiítas, facción del islam eminentemente persa, la consideran más santa que a la propia Mecca. Los chiítas son seguidores de la guía espiritual y coránica del califa Alí Talib, el hijastro y primo del profeta Mahoma. El era el cuarto de los califas a los que Mahoma había encomendado la misión de difundir y proteger el Islam, pero sin embargo, era el único con lazos de sangre directos con el Profeta. Los musulmanes sunitas -que son la mayoría en el mundo islámico- no obstante consideran a los cuatro califas como guías espirituales legítimos del islam.

El santuario de Ali Reza, un célebre clérigo chiíta, es el centro de la fe musulmana de Persia, por lo que el ambiente en esta ciudad -célebre también por sus alfombras- está cargado de una agradable mezcla entre misticismo y tradición. Allí me alojé en la casa particular de un extrovertido iraní que ofrecía su hogar, a través de internet, para dormir y comer a un bajo precio. Por supuesto también vendía alfombras, y los que se hospedaban en su guarida constituían su principal mercado. No obstante Vadi, que así es como se llamaba, no era muy insistente y prefería disfrutar de la compañía del extranjero antes que esforzarse por todos los medios en venderles algo, por muy buen material que fuera. Mientras estuve allí coincidí con tres cicloturistas, dos holandeses y un iraní. Este último, de nombre Alí, resultó ser todo un personaje al que guardo especial aprecio.

Con Alí congenié desde el principio. Su aventurado viaje alrededor de Irán durante tres años sobre una vetusta y atiborrada bicicleta me fascinó por considerarlo un viaje cargado de sentimiento, aunque probablemente sin ningún sentido en sí mismo.

En mi última noche en Irán, tras haber disfrutado de una agradable velada con mis compañeros de apartamento, y bajo los efectos de esencias afganas, Alí me contó su viaje.

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