44. Isla de Flores... dragones y ballenas



Ha llegado el momento, cuando se cumple casi un año desde mi regreso de las antípodas, de hablar de uno de los idilios geográficos en los que caí durante mi largo viaje: la isla indonesia de Flores. El nombre se lo dieron los exploradores portugueses que, más que viajar por ella, la divisaron principalmente desde sus bajeles... Es curioso que estos europeos tan solo se interesaron por la parte más oriental de la isla. Tal vez ello se debió a que en la parte occidental moraba una de las criaturas más intrigantes del planeta: el dragón de komodo.




Se trata de una de las criaturas que más atención suscitan en el mundo animal. Está emparentada con los temibles e idealizados dinosaurios de eras pretéritas. Es por esto, y también por su reducidísimo hábitat y la rareza de su naturaleza, que la especie se ha ganado la el "favor" de los humanos y su territorio se encuentra ahora protegido en grado sumo



Verse las caras con esta famosa bestia fue otro de los puntos álgidos al que me llevó azarosamente este Viaje a las Antípodas




En el anterior artículo mostraba los peligros de las carreteras indonesias en forma de accidentes de tráfico, ... Otro peligro, sorprendentemente común, son los incendios












 
La pintoresca villa ballenera de Lewoleba se encuentra en la isla de Lembata, la cual forma parte del pequeño archipiélago de Alor, al este de la isla de Flores. Llegar allí fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida. A lomos de mi bicicleta, casi sin frenos, tuve que atravesar un terreno impracticable que conducía a este idílico lugar en el que me refugié durante una semana. En el camino a Lewoleba, de una dureza extrema, derramé por vez primera "las lágrimas del ciclista". Había oído hablar de ellas, a través de ciclistas irreductos, en un par de ocasiones. Son fruto de una mezcla de desesperación, miedo, agotamiento absoluto y mucha tozudez. Por algún motivo, uno se empeña en seguir pedaleando aunque las fuerzas se acaben, el día se agote y el camino se haga indistinguible en la oscuridad. La impotencia se refleja claramente en las lágrimas derramadas. A la mañana siguiente, ya están olvidadas...




Lewoleba es un de los pocos sitios donde aún se caza a las ballenas del modo más tradicional que existe. Durante mi estancia en este remoto lugar tuve el privilegio de salir a faenar un día con los amigables balleneros locales.



La pesca -creo que sería más apropiado hablar de "caza"- en aguas de Lewoleba es espectacular. Expertos arponeros, o lamauris, se posicionan en la proa de embarcaciones hechas a mano con troncos de madera y desde allí se arrojan al agua impulsándose, como en un trampolín, cuando tienen una presa a tiro. El resto de la tripulación se dedica a escrutar el horizonte marino en busca de señales que delaten la presencia de algún ser marino ...









El día que salí a faenar con los balleneros no hubo mucha suerte. Tan solo atraparon una gran raya. De hecho, no es nada habitual que se pesquen las codiciadas ballenas. En total se pescan unas 30 al año, principalmente cachalotes.




Pero nunca se vuelve a tierra con las manos bacías. Tras doce horas de jornada, al llegar la tarde todas las embarcaciones regresan a la playa con alguna presa en sus arcas. En cuestión de una hora, todas ellas, incluidos tiburones, delfines, orcas, rayas o peces espada, son despiezadas en la misma arena y repartidas entre todas las familias de la aldea. Así se ha hecho siempre, y así se seguirá haciendo mientras Lewoleba exista. Es la forma más primitiva de comunismo que he presenciado nunca ...





Pero no hay que olvidarse de que seguimos en Indonesia, tierra de volcanes. Algunos de los más bellos del país, como este, el Kelimutu (cuyo cráter está inundado), se encuentran en medio de la apacible isla de Flores






Fue en la isla de Flores donde mi anatomía se adapto definitivamente a las exigencias de viajar en bicicleta. Hay pocos lugares tan exigentes como éste para la práctica de esta bella forma de viajar. No en vano, en todo el mes que pasé discurriendo por las cuestas florenses, nunca me encontré con otro ciclista. Lo que sí me encontré, tras cada ondoneo del horizonte, fue con los espitosos volcanes de Flores... una isla por la que mi corazón aún se siente en erupción cada vez que su nombre es susurrado por mi mente
 
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... el viaje sigue

Continua...