46. Papua Nueva Guinea: la delgada línea



No se debería detener una crónica antes del momento culminante. Si así ocurre, algo falla. Y no es mi intención fallar en algo que me ha llenado de ilusión desde que comenzara mi andadura, tanto física como blogera. Hablo, para que me entendáis mejor -sobre todo aquellos que habéis viajado conmigo por todo el contiente auroasiático-, de la continuación de este blog, lo cual, después de mucho tiempo sin publicar nada, puede sonar a chiste. Es incluso posible que ni os acordéis de mí. Pues bien, soy aquel que un día salió de su casa con lo justo y necesario, que era más bien poco, para recorrer los caminos de este ancho mundo nuestro, confiando en llegar hasta las antípodas y siguiendo, para ello, cualquiera de los infinitos caminos que hasta allí conducen. El que mejor me pareciera cada día, con cada paso, con cada anhelo. Y sin prisas, por favor.

Por si os sirve de algo, habéis de saber que al final llegué a mi destino. Y volví, claro. Pero por el momento mejor retomar, donde lo dejé, aquello que os he estado contando a lo largo de estos últimos años. ¿Por donde iba…? Ah, sí, Indonesia. Bonito lugar, uno de los más bellos por los que he viajado. Pero ahora me toca contaros cosas sobre el destino que siguió a ese país, y que no fue otro que Papua Nueva Guinea. Es precisamente por esto por lo que he comenzado hablando de "momento culminante". He de deciros que esta nación, o territorio, o continente...., o utopía, como se lo quiera llamar, me impactó en todos los sentidos.

Y eso que entré con mal pie. Digo esto por la mala leche que acumulé durante los siete días de espera en la ciudad indonesia de Jayapura, a pocos kilómetros de la frontera con PNG, tratando con funcionarios de este último país. La finalidad de este contacto era obtener el escurridizo e improbable visado de entrada, expedido por la caverna -lease consulado papuanuevoguineano (si alguien conoce el gentilicio correcto, que se lo mande a la RAE)- en la que se concedía el dichoso documento. Allí, la "gente" que me atendió puso mis durmientes nervios a prueba durante una semana entera, exhibiendo la misma simpatía y amabilidad que mostraría un cocodrilo con flato testicular, en bancarrota, y además en época de sequía. Debo dar gracias a dios, o al mismísimo Señor de las Bestias, porque al final uno de esos saurios estampó el sello en mi manoseado pasaporte. Lo que siguió a ese acto fueron seis semanas de "Alicia en el país de las Maravillas". He aquí algunas imágenes que espero que os gusten.













Papua Nueva Guinea es el nombre que se le ha dado a un país que lleva poco tiempo en las listas de Naciones Unidas, a lo sumo dos décadas. Como espacio habitado por el ser humano lleva algo más de tiempo, no menos de 75.000 años, aunque ese dato, como tantas otras cosas referentes a PNG, no es preciso. En cualquier caso, se trata de uno de los lugares de la Tierra donde más tiempo ha residido el ser humano (a pesar de estar muy lejos de Africa), adaptándose a una naturaleza sui generis que hace de éste uno de los trozos de planeta más desconocidos e inexplorados. Las fronteras que delimitan la nación no son más que unas líneas que solo se distinguen en los mapas modernos, pues en la realidad, la principal de ellas, la que separa al país de la vecina Indonesia, no es más que una delgada e imaginaria línea recta trazada sobre miles de kilómetros cuadrados de jungla inexcrutable, impenetrable y, quién sabe, inhabitada (aunque esto está por ver, como muchas otras cosas en PNG).

El país se extiende sobre la mitad oriental de la isla de Papua, también llamada Nueva Guinea. Precisamente de estas dos acepciones es de donde surgió el nombre oficial de la nación. Imagino que algún alto funcionario de la ONU dijo algo así como "¿Bueno, y ahora que nombre le damos a la cosa?". Y otro le debió responder: "¿Y a mí que me dices, no ves que estoy ocupado con lo de la OPEC?... Perdona, es que estoy un poco irritado... me ha costado un dineral llenar el depósito de mi coche de ocho cilindros... A ver, ¿cómo se conoce su territorio?" A lo que el primero pudo decir: "Pues unos lo llaman Papua, pero otros lo llaman Nueva Guinea, vete tú a saber por qué...". "¿Y los australianos, que son los que les conceden la independencia, qué es lo que dicen?" , "No sé, están demasiado ocupados formalizando la concesión de contratos mineros... esos sí que se van a hinchar...". "Pues si ellos no dicen nada, lo llamamos Papua Nueva Guinea y chin-pun. Así nadie se enfada".













No es sino una paradoja el hecho de que, nada más entrar en PNG, uno deja de encontrarse con occidentales. El país, a pesar de existir según convenciones alcanzadas por potencias de occidente como Gran Bretaña, Alemania, Holanda o Australia, está considerado como uno de los más peligrosos debido a la falta de autoridad, de orden y, en especial, a la congénita fractura social que existe. Estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, puede resultar en un serio traspiés que, en muchos casos, se ha convertido en definitivo para intrepidos que se han aventurado demasiado. A pesar de esto, cada uno cuenta su historia (cuando la puede contar). La mía, salvo en una ocasión que relataré en futuros artículos, está llena de grandes corazones y de la humanidad más enigmática y prístina con la que he estado en contacto en este viaje a las antípodas.













Durante la Segunda Guerra Mundial, esta isla, y otras muchas del océano Pacífico, se convirtieron en escenario de terribles batallas entre americanos y japoneses. Con sus modernas artillerías, las dos potencias se daban cita en estas latitudes, muy alejadas de las suyas propias, para guerrear abiertamente ante la mirada atónica e incomprensiva de los nativos locales, para quienes este espectáculo no era sino la triste tarjeta de presentación de un mundo moderno que se les venía encima sin avisar... y sin que lo hubiesen pedido.







Y hete aquí a este personaje a lomos de su querida bicicleta, presto a seguir al "conejito" hasta donde éste vaya. Primer problema serio: en Papua Nueva Guinea, al igual que en Wonderland, no hay carreteras...

... Pero no importa demasiado. El viaje sigue



Continua...