15. China: nueva fase

13 de agosto, Kashgar, China


Más de 15.000 kilómetros he recorrido desde que abandoné mi tierra a orillas del viejo Mediterráneo; a orillas del mar en el cual yo también nací, y al cual tantas veces pedí consejo.En este extraño viaje en solitario, del que apenas han trascurrido los inicios, he vivido en el mundo pegado a la carretera. Y en la carretera he concebido este escrito, a bordo de un camión que me transporta desde Irkeshtan, en la parte china de la frontera con Kirguizistán, hasta Kashgar, ciudad milenaria y abundosa en gentes del Turkestán.

No ha sido un cruce fronterizo fácil; acaso el más largo y rocambolesco de cuantos he realizado hasta ahora.

Por tratarse de uno de los pocos pasos internacionales que permanecen cerrados durante el fin desemana, y coincidiendo con que me disponía a cruzarlo en sábado, hube de esperar hasta el lunes mañanero para acometerlo, refugiado en un frío estadero que una familia kirguiz pone a disposición de camioneros e incautos como yo.

Pero lo que más ralentizó mi travesía fue mi inesperado encuentro con Abel, un amigable suizo al que había conocido en Bishkek y que viajaba en moto (una roja Ducati Monster, ni mucho menos la montura más indicada para semejante viaje) desde su país. Sus problemas eran serios: la moto había dejado de funcionar, aparentemente debido a los efectos de los cambios en la presión atmosférica propia de las alturas del Tien Shan.

Dejándome llevar por ese espíritu solidario que hincha los pechos de los viajeros –del cual tanto me he beneficiado yo mismo en el pasado- convertí los problemas de Abel en míos propios. Así, cargamos como pudimos la cansada moto (una de las más pesadas de su categoría) en un camión chino que se ofreció a transportarnos, a través de 7 kilómetros por Tierra de Nadie, entre ambos lados de la frontera. Muchas horas nos llevó recorrer tan corto trecho, debido a la gran congestión de camiones que había –seguramente por ser lunes. Y de muy mala gana nos permitía el camionero descender del vehículo, pues estaba temeroso de que los militares chinos le preguntasen qué demonios hacían dos europeos viajando escondidos en su camión.

Todo el día hizo falta para que llegásemos a la parte china de la frontera. Una vez allí tuvimos que pernoctar en Irkeshtán, y al día siguiente –hoy- aún esperé hasta la tarde para intentar ayudar en todo loposible a Abel. Pero no pude hacer mucho más, pues mi amigo ni siquiera tenía permiso para conducir la roja Ducati por el país comunista, por lo que sus problemas requerían tiempo -negociando el transporte de su montura en camión hasta Hong Kong- y dinero, así que decidimos despedirnos y vernos más adelante en Kashgar.

Ahora viajo solo de nuevo, si exceptuamos la tranquila compañía que me reporta el camionero que se ha detenido al verme haciendo auto-stop en las afueras de Irkeshtan y que se ha ofrecido a llevarme hasta Kashgar por 70 yuanes (unos 7 euros).

El camión, de factura china, serpentea noblemente sobre la desierta carretera que desciende desde los cielos, sorteando angulosos montes. El paisaje es extrañamente gratificante. Aunque desiertas y ásperas son las montañas, su amplitud las hace parecer especialmente majestuosas, bien espaciadas por anchos valles y coronadas, las más altas, por graciosos picos nevados. A los márgenes de la carretera, aparecen anónimos villorrios aquí y allí. Y de vez en cuando, diviso pequeñas arboladas donde pastan inmóviles, como enhiestas figuras de barro, peludos camellos de dos jorobas.

Es 13 de agosto de 2007. Tres meses llevo en la carretera; En esta y en otras de Bulgaria, Irak o Irán. Siempre moviéndome. Saludando y despidiéndome; apareciendo y desapareciendo; desafiando distancias a las que tanto he subestimado.

Pero ante mí, un nuevo espacio se muestra imponente y me recuerda cuan pequeño soy y cuan grande es este Mundo nuestro. China me observa orgullosa y despreocupada mientras entro en ella por su trastienda. Para mí, una nueva fase; Para ella, un simple soplo de viento en una tarde rara.

Adorable familia y amigos he dejado atrás; un trabajo con futuro he reducido a olvidadizo pasado; De mis bienes más queridos me he desentendido, algunos de ellos a cambio de miserable dinero. Y más aún; he eludido la posibilidad de un futuro feliz en buena compañía. Muchas han sido las renuncias; grande es el sueño en el que vivo.


Todos mis pensamientos giran en mi mente, todos a la vez, mientras el insignificante camión en el que viajo atraviesa los primeros kilómetros del vasto país oriental al que sus paisanos se refieren como “Reino del Centro”. Mi pasado y mi futuro viajan juntos -aquí y ahora- en esta cápsula motorizada, cada vez más pequeña en la inmensidad, cada vez más invisible desde el espacio.

Con el sol cansado de la tarde, y en línea recta hacia la noche, convertido en substancia y reducido al tamaño de un átomo, me mezclo con todo lo que hay dentro y fuera de mí; cierro los ojos; y siento que soy inyectado en China.

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