9. El viaje de Alí


Si hay algo que tienen en común todos los viajes es que tienen un principio y un final. No importa cuanto tiempo duren o cuan largo sea su recorrido. Su carácter efímero es lo que los convierte en una experiencia única; maravillosa o dramática, emocionante o intranscendente, cara o económica, vital o mortal.

El viaje de Alí es una experiencia que aún se está desarrollando, como mi propio viaje. Y en un momento dado, el destino quiso que nuestros caminos se cruzaran, concretamente en Mashhad, al este de Irán, donde pasé un día entero en compañía de este misterioso personaje, el cual atrajo mi atención de igual manera a como anteriormente me habían seducido las montañas y gentes del Kurdistán, las ciudades e historia de Persia o la comida y ambientes de Turquía.

Por todo esto, he considerado razonable incluir en mi propio diario esta aventura humana de la que he sido testigo y por la cual he sentido admiración, respeto, pena y esperanza.

Alí comenzó a contarme su viaje mientras cocinaba una pizza en casa de Vali, el casero que nos alojaba esa noche a ambos y a dos cicloturistas holandeses. Yo me ofrecí a hacer de pinche para él, mientras que los dos holandeses negociaban con Vali la adquisición de una alfombra persa, tumbados en el balcón. Al preguntar a Alí donde había aprendido a preparar la pizza con tanta soltura, éste me confesó que había trabajado en un restaurante de Nápoles durante unos meses. Allí estuvo empleado como cocinero de manera ilegal aprendiendo el noble arte de la cocina, acaso la ciencia popular de las proporciones, de los tiempos, las substancias y temperaturas. No solo aprendió rápidamente, sino que además se convirtió en un buen cocinero, algo que en ese momento era vital para él.

Varios meses antes, Alí había abandonado su hogar en Tabriz (en el oeste de Irán) tras tomar la decisión, junto con su esposa, de emigrar a Europa durante unos años con la esperanza de hacer dinero trabajando duro, y tal vez, conseguir un permiso de residencia en algún país europeo. La apuesta fue muy grande, pues no solo dejaba en Irán a su mujer, sino también a su recién nacida hija y, además, se arriesgaba a que la aventura terminase en tragedia por las circunstancias en las que se fue. No tenía contactos en Europa y tampoco tenía ningún documento que le garantizase la entrada en la Unión Europea. Es decir, viajaba como "emigrante ilegal" en el sentido estricto de la palabra, con todos los riesgos que ello conlleva (y en España sabemos bien lo que eso significa). Sin embargo, la apuesta podría proporcionar un futuro mejor para él y su recién creada familia.

Después de cenar en el balcón, tumbados sobre la colección de alfombras kurdas y persas de Vali, y tras haber degustado con avidez la espectacular pizza, Alí me contó los detalles de su viaje, los cuales escuché con atención para poder recordarlos lo mejor posible, a pesar del robótico y escaso inglés que Alí era capaz de desplegar.

A Italia había llegado desde Eslovenia, a donde había entrado desde Croacia, donde se había desplazado desde Bosnia (como años antes tantos refugiados). Al país musulmán de los Balcanes llegó después de hilar una serie de recorridos a través de Serbia, Bulgaria y Turquía, destino éste alcanzado inicialmente desde su Tabriz natal por vía férrea. Su objetivo final era claro: siempre hacia el oeste, precisamente al contrario que mi actual viaje, siempre persiguiendo la salida del sol por oriente.

De todos estos movimientos iniciales, el más delicado y arriesgado fue el que realizó entre Eslovenia e Italia, pues entre ambos países existía entonces una frontera real custodiada por agentes fronterizos. Pero un día, después de mucho cavilar, se le ocurrió al astuto Alí que los agentes fronterizos italianos no tenían desarrollado un especial celo hacia las personas que frecuentaban las vayas que separan su país del pequeño estado esloveno, así que decidió hacerse pasar por un simple ciudadano deportista que practicaba "footing" a lo largo de la frontera, e incluso llegó a confraternizar con los guardias para que estos no sospecharan de sus intenciones. Así que, tras varios días realizando el mismo ejercicio, una tarde decidió que era el momento adecuado para poner en práctica su estudiado plan. Después de haberse saludado con los guardias mientras corría frente a ellos, como venía siendo habitual, eligió un lugar algo alejado del puesto de tránsito fronterizo y saltó limpiamente la vaya, alejándose rápidamente hacia el interior -ya en suelo italiano- y enredándose en las sábanas de la noche para pasar inadvertido través de los primeros kilómetros en tierra transalpina.

Moverse por suelo europeo fue relativamente sencillo gracias a la inexistencia de fronteras físicas. Primero el restaurante de Nápoles, después varios trabajos clandestinos aceptablemente remunerados en el norte de Italia. De ahí a Francia y luego a Bélgica, siempre con la precariedad como compañera de viaje. En un momento dado se le ocurrió que la clandestinidad no era una opción permanente ni provechosa para sus intereses, así que decidió viajar a Inglaterra, donde podría contar con la protección de una comunidad iraní en ese país que estaría dispuesta a ayudarle.

Cruzar desde Bélgica a Inglaterra por el Eurotunnel a través del Canal de la Mancha no sería fácil. Tuvo que esperar la ocasión de introducirse en uno de los cientos de camiones que hacen ese recorrido a diario. Finalmente, con gran esfuerzo y poniendo de nuevo su vida en peligro, consiguió alojarse sobre los ejes del remolque de uno de los camiones, cuando éste ya estaba en movimiento después de haber sido registrado por los funcionarios del túnel.

Encajado entre las ruedas del enorme vehículo, Alí tuvo que hacer grandes esfuerzos mentales para no decaer ante la dramática prueba ante la que la Vida le había enfrentado. Sentirse como una rata escondida en un camión que era transportado bajo el mar fue sin duda una enorme carga para su cansado orgullo, pero sabía que era la única manera de conseguir su objetivo: dinero suficiente para optar a una vida mejor con su familia en Irán. El rostro de Alí se endurecía y su ritmo de voz se hacía espeso, con sus ojos vidriosos escrutando el infinito en la noche persa, mientras contaba este episodio de su odisea particular.

El camión ni siquiera se detuvo nada más llegar a la costa inglesa, sino que continuó su marcha durante varias horas, haciendo su primera parada cuando ya estaba bien adentrado en la isla británica. En ese momento Alí no desaprovechó la oportunidad para descolgar su agazapado y exhausto cuerpo de los ejes del remolque, reptando doloridamente hacia el andén de la carretera y desapareciendo en medio de la maleza.

Un nuevo país, un nuevo clima, una nueva sociedad y un buen puñado de oportunidades de cambiar el rumbo de su vida.

En Inglaterra le fue relativamente bien a nuestro personaje. Permaneció allí varios años, en los que trabajó duro y en los que consiguió reunir una buena cantidad de dinero que siempre administró con rigor, pensando en el futuro de su incipiente familia.

A diferencia del viajero que vaga por el mundo conociendo culturas e historia, Alí se preocupó sobre todo por aprender en materias prácticas que sirviesen a sus objetivos. Así, en lugar de hacer cola en la entrada de la Tate Modern Gallery o de pelearse en las verjas del palacio de Buckingham para sacar la mejor foto del cambio de guardia, Alí adquirió conocimientos sobre política y regulación de la inmigración; sobre organizaciones de acogida y asesoramiento para inmigrantes; sobre canales para enviar dinero a su país de origen o sobre las distintas vías para formalizar su estatus y dejar de ser "ilegal".

Al final, decidió que Inglaterra no era el mejor sitio para esto último, al tiempo que supo que el país donde mayores posibilidades tenía de acabar con su condición de ciudadano proscrito era Noruega, donde podría ser acogido como refugiado político. En llegar al país escandinavo puso todo su empeño a partir de entonces y, gracias a la enorme experiencia adquirida en los años anteriores, pudo hacerlo con relativa facilidad.

Primero a Suecia en barco desde Inglaterra y después, atravesando una de las fronteras menos perceptibles del mundo, el país vikingo de los fiordos.Se dirigió directamente a Oslo, en cuyas oficinas centrales de la policía se presentó por su nombre y declaró su deseo de convertirse en refugiado político iraní, auspiciado por las normas noruegas sobre inmigración. Su plan funcionó y, efectivamente, tras unos lentos procedimientos administrativos, se le otorgó la codiciada condición. Sin embargo, Alí empezó pronto a aprender lo que eso conllevaba. En principio pudo disfrutar de la sensación de ciudadanía, aunque en la práctica no pudiera considerarse un ciudadano libre. Se le asignó un cuarto en un edificio para refugiados políticos de varias naciones, donde disfrutaba de cobijo y alimento.

Con el tiempo, Alí decidió que su nueva situación no era mejor que la anterior; no al menos pensando en su familia, pues su estatus no le permitía trabajar legalmente y, después de un tiempo (en el que también se tuvo que enfrentar a los rigores del invierno noruego), decidió que lo mejor era volver a su país. Se daba por satisfecho con lo conseguido y se sabía incapaz de prosperar más al margen de su familia.

No obstante, una sombra de duda planeaba sobre su mente en los últimos meses antes de su vuelta. Por desgracia, sus sospechas se hicieron realidad y al retornar a Irán supo que su mujer le había abandonado y se había ido a vivir, llevándose a su pequeña, con otro hombre junto al que se había instalado en una casa recién comprada con el dinero que Alí enviaba poco a poco desde el comienzo de su aventura.

La reacción de Alí fue serena en apariencia. La turbulencia de los pensamientos que ocupan la cansada mente de un hombre en una situación así escapa a mi imaginación, pero la violencia con la que éstos debieron chocar unos contra otros, como á tomos desbocados en medio de una reacción química nuclear, desembocaron en un estado de ánimo nuevo para él. Descubrió que no tenía sentimiento de culpa. Por otro lado, las raíces que había comenzado a clavar en Tabriz, regándolas con dinero europeo, habían sido arrancadas de cuajo. Su posición en el mundo era más resbaladiza que nunca y la toma de una decisión, por alocada que fuera, era la única vía de preservar su cordura y apego a la vida. La carretera fue su elección.

Desde entonces, Alí recorre los caminos de Irán, en un viaje en bicicleta que dura ya tres años. En ese tiempo ha recorrido miles de kilómetros a lo largo y ancho de Irán, conociendo historias y formas de vida que ningún otro viajero es capaz de conocer. Su medio de vida es la pequeña limosna, que Alí sabe recaudar y administrar con dignidad, solicitándola por una causa justa, sin mendigar. Alí suele ofrecer su ayuda y habilidades a gente corriente que se va encontrando en su camino, y a la que únicamente pide alimento y cobijo a cambio de su esfuerzo, eso es todo cuanto necesita.

En ocasiones recorre cientos de kilómetros sin cruzarse con ningún ser humano, así de vasta es la geografía persa. Ultimamente, gracias a que ha adquirido cierta fama dentro del país, pide algo de dinero a las oficinas de turismo en las grandes ciudades por las que va pasando, a las que promociona con material turístico (camisetas, CDs, mapas, etc.), o sencillamente dando información a los turistas a los que se encuentra. No suelen darle mucho (cuando le dan algo), pero recuerdo muy bien su alegría cuando salió de la oficina de turismo de Mashhad, después de haber hablado con su director. "¡¡¡Me han dado 20 jomeinis (unos 20 dólares)!!! ¡¡¡Esta noche cenamos pizza!!! ¡¡¡Vamos a comprar los mejores ingredientes!!!"

Es media noche en Mashhad, la ciudad santa de los chiítas. Alí ha bajado su mirada y guarda silencio, meditabundo tras contarme su historia. Juguetea inocentemente con su encendedor. Le pregunto si ha rezado hoy, pues en ningún momento le he visto hacerlo (los chiítas rezan tres veces al día, en lugar de las cinco que lo hacen los sunitas). "Yo no tengo nada que ver con todo eso", me dice. "De vez en cuando bebo alcohol. A veces fumo hachís. No me parece que sea malo. Los religiosos no me interesan, ni tampoco las religiones".

Le pregunto qué pensó del hombre que le había usurpado a su mujer y a su niña. Utiliza un inteligente símil para responderme: "Cuando voy por la carretera con mi bicicleta y me encuentro con un escorpión en mi camino, no paso por encima. Me detengo delante suyo, sin hacerle ningún daño, y le digo que se aparte. Al final, el animal se retira y yo sigo mi camino".

¿Y tu hijita? ¿No la echas de menos? Le pregunto algo indeciso. Durante toda la narración no me ha mirado a la cara. Se ha limitado a hablar perdiendo la mirada en las estrellas, como si éstas fueran los signos de puntuación de su historia. Pero ante esta pregunta se vuelve hacia mí y me responde con una mirada clara, llena de sosiego y convencimiento. "Yo sé que en el futuro ella vendrá a mí".

Tal vez entonces termine el viaje de Alí.

2 comentarios:

mimma dijo...

Hello,
my son Daniel met you in Papua New Guinea and sent me your blog. I read the story of Ali in my very poor Spanish; I just couldn't stop. I will forward it to some people who deal with immigrants here in the USA and will appreciate your blog.
Thanks for sharing such poignat stories with us.
Emma Afzal

Anónimo dijo...

Hello Emma,

yes, Daniel told me that you had read my post. I´m really pleased that you found it interesting and appreciate your comment. Now I´m back in Madang, unexpectedly, so Daniel will b surprised when he finds me here again (don´t tell him!).

I hope you enjoy other bits of my journey... although for the PNG ones u still have to wait a little.

Thanks,

Sergio